Esta es la segunda parte de una sere de blogs llamados «Dios y yo». Encuentra la primera parte aquí
Entonces, estando ya en el grupo de Intermedios, mi hermano y yo participamos de un retiro en un sitio llamado Monte Sión, en Ceiba. Por primera vez en mi vida, estaría quedándome fuera de mi casa un fin de semana entero. De seguro sería una tremenda aventura. O sea, a qué pre-adolescente no le gustaría quedarse fuera de su casa sin la supervisión de sus padres?
Pues a mí. Fue una experiencia que jamás he querido repetir.
Mis padres estaban muy contentos. Sería el primer retiro al que asistiríamos. Fuimos solamente mi hermano y yo. Nos dejaron en la iglesia y partimos hacia Ceiba en una guagua. Tan pronto llegué, ya extrañaba mi casa. Me sentí muy triste. Encontré un teléfono. Quería estar en mi cuarto. Quería jugar Super Nintendo. Quería estar con mis papás y no encerrado con un chorro de gente que aunque me era conocida, no conocía a ninguno. No quería estar con ese montón de intermedios que sólo veía los domingos por una hora en la escuela dominical.
Esa primera noche comimos spaghetti. Estaba malo y seco. Me sentí como en un hogar cristiano de rehabilitación para drogadictos, una especie de campo de concentración para adoctrinar pre-adolescentes. En el comedor hicimos fila para la comida, hicimos una oración antes de comer. No recuerdo qué otra actividad tuvimos esa noche. Al final, nos retiramos a nuestros dormitorios.
Las niñas y los varones y los adultos estaban en edificios distintos. Hacía mucho calor y se me estaba haciendo bien difícil dormir. De hecho, parece que la combinación de la comida mala junto con los nervios me revolvió el estómago porque me desperté con un dolor de los mil demonios. No me atrevía ir al baño. Pensé que podía aguantar. Pensé en despertar a mi hermano para decirle, pero desistí porque sabía que no iba a poder ayudarme mucho. Así que decidí ir al baño sin que nadie se diera cuenta. Los springs de la cama hicieron mucho ruido al moverme. Caminé de puntitas desde la litera intentando hacer el mínimo ruido posible hacia el baño. Llego a la puerta, e igual hice un esfuerzo sobrehumano de no hacer ruido, pero lamentablemente, la puerta hizo un ruido estrepitoso al abrir, como si le faltara aceite. Como si fuera poco, uno de los muchachos se dio cuenta y vino a parar en la puerta, haciendo más ruido aún. Me preguntó si estaba bien, y le dije que tenía náuseas y deseos de vomitar, pero que estaba bien.
Al otro día en la mañana, igual desperté con retortijones. Quería evitar utilizar los cubículos del baño así que me fui al baño de los adultos, les pedí permiso para usar el de ellos con la excusa de que el de los varones estaba todo lleno y yo lo necesitaba con carácter de urgencia.
El retiro estuvo cargado de charlas y servicios dirigidos a pre-adolescentes. A veces, en el tiempo libre, los muchachos se ponían a jugar baloncesto, pero yo no jugaba porque no sabía, así que me quedaba sentado mirando a los que jugaban.
En una de las actividades había un pastor invitado que ofreció un servicio. Nada fuera de lo normal. Quizá el mensaje estuvo más enfocado a la audiencia pre-adolescente. Todo se sentía tan preparado, tan predecible. La intención de todo este retiro y del culto de esa tarde era que hiciéramos profesión de fe. Que aceptáramos a Cristo como único salvador y bautizarnos, así que, tal y como lo hacía el pastor en la iglesia en los cultos especiales, este pastor invitado preparó su mensaje de manera tal que al final hizo un llamado para que nos arrepintiéramos de nuestros pecados y aceptáramos a Cristo.
Igual me quedé esperando el escalofrío en los pies, el susurro de mi nombre en mi oído, y una mano que me tocara en mi hombro.
Abrí uno de mis ojos poco a poco, para que nadie se diera cuenta. Vi que habían algunos que habían levantado sus manos, y cerré mi ojo. Esperé un ratito más para mirar nuevamente, y vi que habían unos cuantos más que levantaron las manos.
La levanto? Me quedo así? Pero no siento nada. No puedo levantarla si no siento nada…si la levanto, me toca tomar las clases de bautismo, bautizarme frente a toda la iglesia…Yo realmente quiero hacer esto? Siento que lo quiero hacer? Siento que lo necesito?
Pal Carajo. La voy al levantar pa salir de esto. Qué es lo peor que puede pasar? Hago que me arrepiento de mis pecados hoy y todos son felices. Si total, ya mañana regreso a mi casa. Cuando regrese pues, siemplemente no tomaré las clases de bautismo, y ya.
Entonces levanto mi mano para encajar con los demás, arrepintiéndome de todos mis pecados y aceptando a Cristo como salvador.
Al llegar a la iglesia, nuestros padres nos estaban esperando. Los adultos estaban dando las buenas noticias de todos los jóvenes que habían hecho profesión de fe. Aleluya! Gloria a Dios!, decían. Todos, de momento, éramos el orgullo de nuestros padres.
Previo a la experiencia del retiro, pensaba que iba a salir diferente. Había escuchado tantos cuentos sobre retiros espirituales, tantas experiencias de cambios y arrepentimientos, que pensaba que éste iba a tener algún efecto en mi. Sin embargo, salí frustrado y sin ganas de volver. Quería estar en casa. Quería seguir siendo niño. No quería sentirme obligado a sentir algo que no comprendía todavía.
Algo que me hacía sentir culpable y yo sin entender por qué.